El otro día comentaba cómo las ventas del manga aumentan al mismo tiempo que las de cómics americanos van bajando y cómo uno de los motivos para ello es la agenda política metida con calzador por guionistas que no quieren crear historias, sino dar moralinas baratas para sentirse un peldaño por encima de la plebe que no tiene ni puta idea de nada, al contrario que ellos. La ‘agenda política’, como se le suele llamar.
En el otro lado está el movimiento conocido como Comicsgate, que aboga por alejar la política y temas que se consideran de calado social de las historietas que normalmente están pensadas como un escape de la realidad. Entiendo lo que quieren decir y hasta cierto punto lo comparto, porque me daría bastante grima leer un cómic de Batman y que Harley Quinn empezara a hablar de sexismo y lo machista que es su uniforme… Ah, espera, que eso ya ha pasado… El caso es que hay dos bandos, uno que quiere que los cómics giren alrededor de niñas musulmanas que no pueden ir a fiestas universitarias y otro sobre ranas cyborg que matan avispas extraterrestres que zombifican a la humanidad. Son dos estilos diferentes, desde luego.
Y entonces me paro a pensar en algunos de mis cómics favoritos y veo cuán equivocados están ambos, aunque prefiero los cómics de ranas cyborg, si tengo que elegir entre esos dos ejemplos. Me refiero a las historias que han hablado de política y sociedad de una forma interesante, las que han hecho algo diferente y de las que marcan un antes y un después. Las que hablan de temas tan duros que tienen su nombre tallado en piedra en el coliseo de los cómics. Por poner solamente tres ejemplos, hablaré de Watchmen, The Sandman y V de Vendetta.
Tres de las obras más importantes de la historia del octavo arte (o noveno, o décimo, o el que sea ya) que no tratan precisamente asuntos ligeros como enfrentarse a pulpos espaciales gigantes. Bueno, sí, pero eso no deja de ser un trasfondo. Empezando por el mejor tebeo jamás escrito y dibujado, de los dedos de Alan Moore y los lápices de Dave Gibbons (y el color sublime de John Higgins), nació Watchmen, que entre personajes con máscaras extravagantes, tipos luminosos desnudos y uniformes de colorines, trata el tema de la manipulación social y cómo la gente que está al poder de algo puede llegar a convertirse en algo peor que el mal del que prometieron proteger. Es muy importante tener en cuenta la época en la que se publicó, 1986, durante el segundo mandato de Ronald Reagan, con la Guerra Fría todavía sin terminar, en su momento más tenso, los bombardeos a Libia, la guerra de Irán e Irak, su odio mortal y público hacia la Unión Soviética… un caldo de cultivo ideal para que el mundo se fuera a tomar por culo. Ríete tú de Trump.
Pues ahí estaba Moore, un británico que nunca se ha caracterizado por morderse la lengua, escribiendo una historia sobre unos años 80 alternativos en los que Nixon todavía era presidente y el belicismo americano era todavía más exagerado, aumentando las protestas de la gente en las calles. Pero tenían también al ser más poderoso del universo, el Dr. Manhattan, un ente que podía controlar la materia y el tiempo a su antojo. Un arma perfecta para someter al mundo a sus azulados cojones. Por supuesto, todo esto aderezado con algunos de los personajes más carismáticos que han pasado por las viñetas, como Rorschach (un paranoico de extrema derecha misántropo que dispara y luego vuelve a disparar antes de preguntar), el Comediante (otro fascista, con más ganas de dar palizas a la gente que protesta que a los políticos que han causado esa situación), Ozymandias (un prodigio capaz de sacrificar lo que sea necesario por tal de conseguir el bien común, con una moralidad absolutamente gris) y Búho Nocturno y Espectro de Seda (los más normales del grupo, los que acaban sufriendo las consecuencias de los actos ajenos). Sin destripar nada, porque los que no lo hayan hecho ojalá se animen pronto, en Watchmen se tratan temas como el poder, la manipulación mediática o el gusto que tienen los políticos americanos por la guerra de una forma que no parece que te lo estén restregando por la cara. Es la bruta delicadeza de Moore la que hace su obra tan grande.
Sobre The Sandman me podría pasar la vida escribiendo, porque es una obra enorme, en todos los sentidos. A lo largo de sus diez arcos se exploran muchos temas sociales, pero siempre con la gracia y la poesía característica de Neil Gaiman. Uno de los temas recurrentes durante sus ocho años en las estanterías era la soledad, esa que tanto gustaba a Morfeo y la que acaba por destruirle. La soledad que le hizo estar tan alejado de sus hermanos excepto, por supuesto, de Muerte. La soledad que le hizo bajar al mismísimo Infierno y tener que pedirle favores a Lucifer. Pero mucho más adelante, casi al final, vemos cómo un personaje que en principio no parecía muy importante acaba cayendo en la locura más absoluta, completamente demente y deambulando por las calles buscando a su bebé. Se trata de Lyta, una mujer que pasó de ser una semi-diosa a una marginada a la que nadie tomaba en serio e ignoraba debido a sus trastornos mentales. Trastornos causados por el propio Morfeo, que en su infinita soledad nunca sintió ningún tipo de afecto por la vida humana y usaba a los demás según le beneficiara, con su impertérrita cara blanca.
También aquí había otro grupo, no de superhéroes, que hacían de las suyas, dueños y señores de sus mundos, como Destino (el mayor de los Eternos, sabedor de todo lo sucedido y por suceder), la propia Muerte (que hacía su trabajo porque le tocaba, pero era la más dulce de toda la familia), Deseo y Desespero (gemelos que siempre iban juntos, uno (o una) jugando con la mente humana y la otra destruyéndola desde dentro), Delirio (la más pequeña y que perdió la cabeza) y Destrucción. Él, a pesar de apenas aparecer en las historias, es uno de los más interesantes porque fue el único que dejó su ‘puesto’ y decidió irse a vivir libre, cansado de que la humanidad le usara de cabeza de turco para justificar sus propios pecados y ansias de guerra y destrucción. En The Sandman se habla de muchos temas como las drogas, la depresión, la sexualidad y mil más como pocas veces se ha hecho en este medio, tal vez porque Neil Gaiman sea más escritor de libros que de cómics. Sin insinuar que un medio sea mejor que otro, es obvio que la novela tiene una cierta sensibilidad propia y todo eso impregna cada página de su obra.
Y por último, y volviendo a Moore, V de Vendetta. Aquí es todo mucho más directo que en Watchmen, pero eso no lo hace más obvio ni le quita lecturas. De hecho, viendo cómo está el mundo, es un cómic que se recomienda leer de vez en cuando. Publicado originalmente entre 1982 y 1989 (¡¡el cabrón escribía V y Watchmen a la vez!!), el ambiente político británico no era mucho mejor que el americano, con Margaret Thatcher, del Partido Conservador, como Primera Ministra (mandato que duró del 79 al 90) y la Guerra de las Malvinas a punto de estallar, lo que causó un auge inmenso en la popularidad de la Dama de Hierro y un histerismo patriotero cuando ganaron la guerra. Y gran parte de eso se ve reflejado en la sociedad de V de Vendetta, donde el partido ultranacionalista Fuego Nórdico tiene el control total del país y nadie lo cuestiona. Es lo que hay, todo va bien y así tiene que seguir. Como dice su eslogan: «Fuerza a través de la pureza. Pureza a través de la fe». Dios, patria y raza, tres excusas baratas que tan bien han servido para iniciar guerras.
Aquí, el personaje de V, un anarquista enmascarado, se usa como arma para concienciar a la gente y acabar con ese gobierno. Y lo hace con lo único que entiende la clase política: la violencia. Sus actos empiezan completamente justificados y poniendo al lector de su parte, también gracias a su carisma, pero a medida que la trama avanza, las acciones de V empiezan a estar en esa franja moral donde ya no está tan claro si todo está justificado. Moore te ofrece un caramelo con un sabor maravilloso para, cuando lo llevas un rato degustando, decirte que también tiene muchísimo azúcar y sustancias que tal vez no sean tan buenas. Consigue que el lector se obligue a cuestionarse si esa persona con la que empatiza y está de acuerdo tiene vía libre para hacer lo que quiera, porque si está de su lado da por sentado que toma buenas acciones. Al final, V de Vendetta quiere que la gente aprenda a cuestionar y pedir explicaciones a todo el mundo, sean del color que sean.
Y ahí es donde fallan tantos cómics actuales. Los buenos son tan buenos y los malos tan malos que no hay ni que preguntarse por qué toman esas decisiones. Son buenos/malos y hacen lo que hacen los buenos/malos. Si lo hace el bando de los protagonistas, sabes que es bueno. Si lo hace el bando de los enemigos, sabes que es malo. Todo eso es lo que vemos en los tweets y textos de estos guionistas, demonizando absolutamente cualquier decisión de alguien que ellos ya han etiquetado como el malo y aceptando a pies juntillas lo que diga una persona de su bando, porque la gente no puede tener matices para alguien así.
A veces es de agradecer historias ligeras en las que los malos son simplemente malos y los buenos son simplemente buenos, pero si me quieres vender algo con mensaje, que me haga pensar y que cale en mí, dame algo más que personajes unidimensionales. Y no hace falta tampoco que sean obras de cientos de páginas como Watchmen, The Sandman o V de Vendetta.