¡¡Que me importa una mierda!! Y a ti, querido lector, también te debería importar una mierda lo que yo escriba aquí, pero me voy a permitir el lujo de dar mi opinión en el blog de mi web, donde la gente entra de higos a brevas voluntariamente. Así que estáis avisados.
Internet es una herramienta maravillosa. Nos permite conectarnos y explorar el mundo como nunca antes habríamos soñado, pudiendo hablar directamente con desconocidos en la otra punta del mundo o leer obras de alguien que de otro modo no llegaríamos a conocer. Yo mismo estoy encantado con poder compartir mis dibujos y cómics para que cualquiera los tenga accesibles. Y uso la red para aprender, buscando artistas mejores que yo (fácil) que regalan su conocimiento de forma completamente altruista. Y a veces también a cambio de dinero, que no me cuesta pagar porque es una inversión al fin y al cabo. También, cómo olvidarnos, en internet hay algo de porno si lo buscas.
La democracia, en su idea primigenia, es un concepto fantástico que ayuda a igualar a todo el mundo y darnos el mismo valor como personas. Excepto cuando el grueso de la población es gilipollas. En esos casos, es una bomba de relojería puesta a cargo de un mono con pistolas.
Así que imaginad lo que pasa cuando mezclas la habilidad de todo el mundo de opinar con la difusión de internet. Pues tenemos opinólogos para cualquier gilipollez o drama que pase en el mundo. Gente que se tiene en muy alta estima, que está convencida de que los demás desean saber su opinión y corren rápido a escribir su tweet, su publicación en Facebook o su entrada en el blog de mierda que nadie lee para arrojar luz a la humanidad.
Bueno, tampoco tenéis que imaginar tanto porque ya estáis leyendo a uno de esos, ¿verdad?
Pero Twitter es un lugar donde esto se da de forma mucho más exagerada que en cualquier otra red, sobre todo por ser la más abierta en formato. Facebook normalmente lo tienes cerrado a amigos y familiares y los blogs son algo a lo que acudes, pero en Twitter te lo puedes encontrar de cara gracias a los retweets. Y los opinólogos se aprovechan de eso para tener que hablar siempre de todo lo que esté candente.
Nunca he sabido bien por qué, pero a la gente le gusta saber la opinión de los demás, sobre todo cuando se trata de famosos y famosillos. Recuerdo cuando el Coronavirus empezó a extenderse completamente por Europa, cómo todo puto Cristo tuvo que salir a decir lo que pensaba, y el que no lo hacía, tenía a alguien preguntándole. Me hizo especialmente gracia, en el buen sentido, la reacción de Jürgen Klopp, entrenador del Liverpool, cuando alguien le preguntaba acerca de esta pandemia. A un ex-futbolista… que qué opina sobre un virus… Por suerte, el tipo tuvo dos dedos de frente y dijo que lo que a él le pareciera no tenía ninguna importancia y que mejor preguntaran a los expertos, que él era un simple entrenador de fútbol. Ojalá más gente hubiera hecho lo mismo y demostrado tanta humildad como este tipo (que luego no sé cómo será como persona, pero aquí lo hizo genial).
Es como si algunos necesitaran un foco de atención para sobrevivir. La mayoría necesitamos comida, luz y agua, pero hay una parte de la población que si no es el centro de atención, se muere. Ahora, con el tema que está de más actualidad que el Coronavirus, los altercados en Estados Unidos tras el asesinato de George Floyd por parte de un policía, estos idiotas han vuelto a hacer lo mismo.
«Apartaos, negros, que tengo que dar mi opinión y demostrar que no soy racista». ¡Pero cállate la boca, pedazo de gilipollas! Ya se da por sentado que alguien normal no es racista, nadie necesita que salgas tú con tu brillante armadura blanca a soltar cuatro frases de Martin Luther King o Abraham Lincoln. A nadie le importa un zurullo con quién te solidarices, porque no vas a cambiar nada. Pero esas ansias de llevarse las medallitas virtuales lo pueden todo. Este pasado martes, casi la totalidad de las cuentas que sigo en Instagram han tenido que poner la imagen en negro para que todos sepamos que no son racistas nazis opresores. Hostia, gracias. Menos mal. Si no llegáis a hacerlo, habría pensado que estaba siguiendo a supremacistas blancos del KKK. Me recuerdan a lo de Ignatius con Echanove. Curiosamente, las únicas cuentas que sigo ajenas a todo esto han sido las de hámsters y Calvin & Hobbes, siempre ahí para darme lo mejor.
A veces me da la sensación de que quien realmente controla el mundo es Colin Robinson y su clan secreto de vampiros energéticos, que se alimentan del mal rollo y las ganas de morirse de la gente, porque de otra forma no entiendo que tenga que estar siempre todo lleno de tanta imbecilidad.