Ale, ya lo he dicho. Y antes de seguir desarrollando esto, permitidme aclarar que no tengo absolutamente nada en contra de los artistas que se dedican a las técnicas realistas, ya que me parecen tan válidas como cualquier otra, siempre y cuando sirva para expresar lo que uno quiere. Dicho esto, vamos a empezar a abrir el grifo de la mierda, que ya tocaba.

Pues sí, estoy un poco hasta la polla del realismo en el arte. Y no necesariamente porque crea que los artistas que lo usan sean mejor o peor por ello, ni por envidia siquiera (aunque la mayoría de gente creerá que es por eso), sino porque simplemente creo que es un estilo que, personalmente, me aporta poco.

Hace unos días vi un tweet de alguien compartiendo lo que parecía una foto de Michael Jordan volando en un salto increíble hacia la canasta. Probablemente la hayáis visto, es una de las más famosas del jugador. Pues resulta que la foto no era tal, sino un dibujo que al artista en cuestión le llevó más de 200 horas terminar, y con razón. A nivel de detalle era una bestialidad, tanto que me hizo dudar que no fuera una foto realmente y todavía no lo tengo claro. En cualquier caso, supongamos que sí era un dibujo, era espectacular. Pero… ¿y qué más? Ya está. Eso era todo, un dibujo que parecía una foto. Muchas horas detrás, pero nada más.

Uno de los retweets dijo que maldita la gracia, hacer un dibujo que era indistinguible de una fotografía. Y no puedo estar más de acuerdo con ese loco suicida. El resto de la gente, no tanto. Cientos de respuestas llamándole paleto, inculto, imbécil, gilipollas, subnormal, hijo de puta y mil cosas más que os podáis imaginar. Para el usuario medio de Twitter, eso era una blasfemia intolerable. Y eso era lo que me tocaba las pelotas especialmente, esa valoración de «como le ha llevado X horas y se parece a la realidad, lo convierte en arte superior». ¿Por qué? ¿Qué tiene ese dibujo que sea mejor que, por ejemplo, una caricatura de Vizcarra o una de Matt Groening?

Nada.

Eso es lo que aporta el arte realista cuando su único fin es hacer algo exacto a una foto. Como dijo alguien por ahí, hablando sobre videojuegos, «para gráficos acojonantes y jugabilidad de mierda, ya tengo la realidad». Apórtame algo que no pueda ver en una fotografía o dándome una vuelta por la calle. En su libro ‘Entender el cómic‘, el autor Scott McCloud decía:

Cuando abstraemos una imagen mediante la caricatura, lo que hacemos no es tanto suprimir detalles, sino más bien resaltar ciertos detalles. Al descomponer una imagen a su ‘significado’ esencial, el dibujante puede amplificar dicho significado de una manera que no está al alcance del dibujo realista.


Y creo que no se podía explicar de mejor manera. Los extremos son lo fácil, hasta cierto punto. Dibujar a alguien haciendo un muñeco de palo sin facciones son cinco segundos, hacerlo de forma ultra realista te llevará horas o días, pero para mí ambos son igual de inexpresivos. Cuando haces un retrato de alguien y lo adaptas a tu estilo, estás aportando algo. Estás teniendo que pensar cómo se vería eso con la cantidad de trazos y líneas que te caracterizan, pero que aún así sea reconocible. Pongo el ejemplo de arriba, el de Matt Groening (o debería decir Los Simpsons más bien, que él ya dibujará poco o nada), porque todo el mundo lo tiene en mente. Sus personajes tienen un estilo increíblemente simple, pero cuando aparecen famosos haciendo cameos, casi siempre se les reconoce a la primera. Y sin tener que dedicarle cientos de horas a que cada pelo o arruga de la cara sean exactamente igual que en la realidad, sino sintentizando e interpretando las facciones o incluso la personalidad hasta la mínima expresión.

No enseñaré aquí directamente los ejemplos que me gustaría que vierais porque no me gusta subir obras de otros artistas a mi página sin permiso directo, pero sí os enlazo con galerías de algunos caricaturistas para que podáis ver claramente a lo que me refiero. Uno de los mejores que se me ocurre es el argentino Pablo Lobato, que con unas líneas y formas imposiblemente sencillas logra sacar unos parecidos absolutamente increíbles. En algunos no necesita ni hacer facciones para que se reconozca todo. Otro es el neoyorquino David Cowles, que tiene un estilo similar a Lobato, optando también por unas formas muy básicas y colores estridentes. Y por último, el alicantino Joaquín Aldeguer que lleva el minimalismo a unos niveles absurdos, pero logrando que reconozcamos fácilmente a quién dibuja.

Cuando veo obras como la de estos genios, veo un proceso detrás de cada línea mucho más interesante que el del dibujante realista. Y repito, no me parece mal que alguien quiera representar hasta el último vello en la mejilla de la persona dibujada, pero para mí eso es algo que miro 5 segundos y pienso «pues vale, siguiente». Sin embargo, los otros me llenan de dudas y de ganas de estudiarlos. Y eso, esa forma de inspirar y hacerme pensar acerca del proceso creativo, es una de las cosas que más valoro en un artista.

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