Es el tema de moda en el mundo del arte. Pasado el miedo de los enefetés tras estallar su burbuja, como todos vimos venir y como ya comenté hace meses, ahora es el turno del nuevo asustaviejas (o, en este caso, un asustartistas): la inteligencia artificial. En menos de un año hemos pasado de tener unos programas que creaban memes ridículos con imágenes que parecían sacada de pesadillas a ilustraciones que a más de uno le está quitando el sueño. Y, hasta cierto punto, puedo entenderlo. Estas IAs se nutren del trabajo de otros artistas, se dedican a encontrar puntos comunes, identificarlos y con ellos crear su base de datos para poder aplicarlos cuando alguno de los ‘escribepalabras’ que las usa pueda tener un resultado aceptable. Siendo objetivos, los resultados en general no están nada mal, aunque a poco que uno se fije le verá todas las costuras, que son muchas. Pero la pregunta es, ¿qué aportará la IA a los artistas?

Humanidad.

El toque humano es algo que la IA no puede imitar. El por qué una persona de forma completamente consciente o por pura intuición hace algo. La inteligencia artificial se dedica a crear un puzzle que será la ilustración y con las piezas que tiene, logradas con el entrenamiento humano, compondrá la obra para que todo encaje. Pero el cerebro humano no funciona así. Cuando alguien crea, no pondrá necesariamente la pieza que encaje en cada lugar, sino la que le guste más, vaya en ese lugar, en otro o incluso aunque sea de otro puzzle. Esa manera de tomar decisiones sin necesidad de razonarlas o porque dentro sentimos que debe ser así, es lo que nos diferencia y nos hace esenciales y nos da valor frente a un algoritmo.

Aquí ya me pongo más en primera persona, pero cuando veo un dibujo resultado de una IA, me puede gustar o menos, pero saber que no lo ha hecho una persona me hace que pierda todo el valor y el interés. No me parece que sea algo de lo que puedo aprender. Incluso cuando un artista toma la decisión de dar un trazo de una forma que nadie más daría de forma lógica y razonada, en ese trazo está imprimiendo su personalidad y su entendimiento del arte, sea o no “correcto”. Al observar y estudiar ese trazo, hago un ejercicio de empatía, tratando de ponerme en la piel del artista e imaginar por qué lo hace de esa manera y no otra. Si lo hace un sistema automatizado, simplemente está ejecutando unas órdenes que le han escrito sus clientes. Y todo esto es todavía mejor cuando el autor le dedica tiempo a grabar el proceso de la obra, comentarlo y compartirlo. El placer que ofrecer ver a maestros como James Gurney, Jake Parker o Adam Duff trabajando y explicando el por qué de lo que hacen y la teoría detrás de ello es enorme, es ese factor humano el que hace del arte algo que llena por dentro.

No entraré ya en si es moral o ético usar las obras de artistas sin pedirles permiso para alimentar una IA que trabajará con esa información, más que nada porque no hay debate: NO, NO ES MORAL NI ÉTICO. Si no les dan permiso para usarlas, están robando, aunque repitan mil veces la mala y pobre excusa de “pero es que tú también copias de otros dibujantes para crear tu estilo”, como si fuera remotamente comparable el estudio, la práctica y la ejecución de algo durante años con hacer un collage con formas y colores.

Al final, y tal y como pasó con los enefetés, la gente que está usando esto lo hace porque quiere beneficiarse de ello (no necesariamente de forma económica a nivel usuario, aunque sí por parte de los que manejan la IA), como se ha podido ver recientemente con tantos retratos auto-generados mediante una app. Y en eso ambos lados, enefeteros y escribepalabras, coinciden: tanto los que usaron el arte ajeno con la excusa de enefetearlo como los que usan aplicaciones para hacerse retratos idealizados con dedos deformes y ojopipas, son gente que en primer lugar no pagaría a un artista de verdad para que le hag un dibujo, así que no hay que preocuparse por alguien así. “Bon vent i barca nova”, que decimos por aquí.

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